The Lion's Owner

 ¡¡ADELANTO PRIMICIA CAPÍTULO NUEVO!!

—No, al parecer he dormido demasiado —. Él inmortal le sonrió, pero lo que anhelaba era tocarla. Sin embargo, era incapaz de hacerlo: era indigno. Deseaba observarla como había hecho anteriormente, pero esta vez sin interrupciones, repasar los confines de su rostro por horas, para que luego, cuando no la tuviese a la vista, pudiese rememorar sus facciones hasta la hora de volverse a encontrar, perderse en su piel, en su aroma, redescubrir los secretos que le escondía su mente, pero eso no pasaría. No después de la pasada noche y no después de lo que planeaba hacer. Besarla sin fantasear con su sangre se convertiría fácilmente en una mentira innecesaria, porque con solo mirarla le apetecería rozar... Su existencia se circunscribía sobre una cadena de errores: deseaba hacer, deseaba poder, pero por leyes de causa y efecto, todos sus actos desencadenarían una tragedia. Su existencia era una… No quería ser el causante de otra.

—Tú haces que dormir parezca un sueño —, la humana frunció el seño con una rapidez que él calificó como letal, todo en su dueña lo era y a Edward le llevó un par de segundos comprender el porqué: para ella su confesión significaba una redundancia.

—Permíteme explicarte —se excusó, alejándose con disimulo y fingiendo no sentir una puñalada en su pecho. Dolía tanto que parecía estar vivo.

—No sueño... Nunca—añadió después de un segundo, cuando el ceño de la humana de amplió, con la hipocresía bailando en cada consonante que liberaba.

—Pero cuando te veo… Cuando te siento cerca, verte dormir es lo más cercano a experimentar un sueño —, el pecho volvió a doler y no fue necesario recordar para saber de dónde venía: era el dolor de la culpa, de su propia deshonra, de su vil mentira. Omitió el desgarrador detalle, de que sus sueños se transformaban en pesadillas y le pareció irónica la cruel forma en que la protagonista de sus sueños, era la misma que gobernaba sus pesadillas.

El aliento escapó de su pecho cuando los brazos de la humana rodearon su cuello, exigiendo su total atención. No era prioritaria era vital.

«No otra vez », suplicó sin esperanzas, mas su ruego fue silenciado por ese cruel y glorioso roce, ese único contacto que dividía en tres la satírica línea de la vida. Ya no era el bien el mal, ni siquiera la vida y la muerte. Se trataba del decadente vaivén entre el cuerpo, la mente y el corazón. Insólitamente, éste último parecía jugar con las barreras de la lógica, o eso pensó el indómito centenario, al menos hasta que una densa gota roja aterrizó sobre esa piel; justo en el borde de su ojo marrón. Fue algo rápido, no premeditado ni evitable, pero más que eso, fue imperdonable. Porque una vez que un vampiro daba rienda a sus emociones, su cordura se consideraba un caso perdido.