Impulsó a su mano a moverse, casi con temor a acercarse. Había dado demasiado, no debería sentirse así, pero no podía hacer nada al respecto. Cuando la sintió temblar contra su pecho, deseó haber sonreído, como siempre… como antes.
—¿Dónde estamos? —su pregunta sonó a respuesta, y el tono de su voz más que duda mostraba miedo. Probablemente, no le llevaría mucho tiempo adivinar en donde estaban. Él mismo se sentía nervioso.
—Hum, ya lo verás —envolvió en sus dedos los de ella, y el familiar roce le supo a traición. Tan incorrecto, se sentía mal, pero Edward tenía esperanza de que con el tiempo las cosas resultarían naturales: el deseo volvería, el amor… Bueno, eso no sería tan fácil.
—No me gustan las sorpresas —, llevó uno de los dedos a su boca y los besó. Ella procuró ser discreta, pero aún así la oyó suspirar. Tanya fue rápida y lo ocultó con una risa.
—Eso es porque te gusta mantener el control.
Cuando las palabras escaparon de su boca, fue demasiado tarde para volver atrás. No sentía lo que había dicho, diablos, quería decirlo. Pero reprocharle en estas circunstancias no tenía razón de ser, no era su mujer quien había fallado… No era ella la infiel.
—No es cierto.
—Por supuesto que lo es, mírate—Cesó su caminar brevemente, deteniendo a Tanya junto a él. Procuró ser suave, cuando sus manos envolvieron su cintura, y mientras ella temblaba, remató al hablar:
— Oh, tienes los ojos vendados ¡lástima!
— No eres gracioso —, respondió ella mordaz, y él casi pudo sentir una nota de satisfacción en sus palabras. Edward aumentó la presión en su agarre.
—No planeaba serlo.