jueves, 2 de junio de 2011

Sweet Temptation Encrucijada XXII


Ante todo, agradecimientos a quienes me han tenido una infinita paciencia con las actus. Quienes me conocen saben que ya dejé los Fic, escribo mis novelas y bueno... Actualizo esto sólo porque necesito dar por terminado el ciclo. De todo corazón, espero disfruten el capítulo. Se robó la mitad de mi corazón, la mayor parte la escribí e 2008-2009, en fin. Este capítulo va dedicado a Karen Segura y Ariana Argüello.


“El amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”
1ª Corintios 13


—¿Cómo se supone que lo tome? —, el tono de Bella perdió fuerza y Edward sólo fue capaz de cerrar los ojos, mientras la sentía sollozar contra su pecho— ¿Cómo una despedida? —, continuó preguntando, pero realmente no quería conocer las respuestas a sus dudas, era suficiente con sentir esos fuertes brazos abrigándola, pero más que el frío del clima, lo que le erizaba la piel era el miedo, miedo al dolor que lo provocaba su pérdida, el vacío.
—Quería ser honesto contigo.

Decir eso dolió casi tanto como verla con Mike y eso era decir bastante; cada sonrisa cómplice, cada roce, por pueril que éste fuera, carcomía las entrañas del pelicobrizo con una crueldad imposible.
Ser honesto… Ciertamente, la honestidad estaba subestimada, concluyó molesto consigo mismo, mientras ella continuaba llorando… Por él, siempre por él, no había otros responsables.
—Vas a rendirte —insistió frenética— Vas a jugar a hacer el bien.
Edward retrocedió dos pasos, intentando ignorar lo que bullía en sus oídos, esforzándose por ignorar esa adorable voz. Pero su corazón no mentía y por más que se empeñase en fingirlo, él también quería…
La quería a ella, completa. Quería ser de Bella y que ella fuera suya, pero incluso cuando la reconociera como su dueña, él aspiraba a algo incluso mayor, que traspasase el plano almático y se palpase en el ámbito terrenal.
—Tengo que hacerlo.
—No todavía —dijo, atropelladamente, antes de añadir—: Cambié de opinión.
Como si fuera aún posible, ella se aferró más a su cuerpo, con el dolor del adiós agitando cada poro de su piel. Frágiles dedos envolvieron los de Edward, tensos, siempre tensos; con el axioma del amor, tan claro como imposible.
—Pensé… —titubeó… Por culpa de esa muda súplica con forma caricia, su mano sobre la suya, fue lo que le hizo dudar; eso fue lo último que pensó Edward antes de dar un último intento, en pos de la cordura.
—Pensé que lo superaríamos. Que me superarías —masculló, pero lo que quería decir era: «No quiero me olvides, no quiero que me borres. Sé que no puedo darte la vida que mereces, pero tampoco quiero que vivas sin mí»
—No quiero… No de esta forma, no sin tenerte —, su boca cubrió la de ella silenciándola, pero también dándole la razón; porque no había otra cosa que hacer, porque la respuesta a su suplica era la entrega. Porque la rendición era tan obvia como inevitable.
—Entonces será a tu manera.
El camino hacia casa fue sumido en un silencio frío, como el día, pero también como el corazón de ellos al estar rompiéndose en pedazos.
Y nunca una verdad fue tan cierta, como en aquel entonces.
La llave hizo un sonido fuerte al empujar en la cerradura. Edward frunció el ceño, pero continuó moviéndola. Abrió la puerta, para que la castaña pasara y justo entonces el teléfono sonó…
Una, dos y tres veces, luego del tono de mensaje la voz de Tanya fluyó con libertad.
—¿Por qué no estás en casa?, dijiste que hoy llegarías a almorzar —un suspiro— ¡Olvídalo! —, su voz se oía débil, casi en un hilo…—Tampoco llegaré a cenar, lo que está bien supongo, ya que no lo notarás...
El pitido de final de grabación llegó, y pronto todo lo que se pudo oír fue el latido de ambos.
—No lo hagas.
Los párpados de ella cedieron, mientras él negaba débilmente.
—No dejes que la culpa nos arruine este momento.
Bella se alejó de él, corriendo hasta la pared colindante, un maldito ángulo recto que le otorgaba la distancia necesaria para, al menos, pensar con claridad, y respirar, si se podía…
—¿Arruinar el momento?, no se trata de una llamada de trabajo, ni un jodido número equivocado.
¡Es tu esposa! ¡Mi amiga!
Bella temblaba y Edward sabía que abrazarla, sólo empeoraría la situación.
—Lo sé. Confía en mí, conozco perfectamente quién es Tanya. Pero, también sé que minutos atrás estabas más que dispuesta a continuar conmigo.
De pronto la idea de rogar no parecía nada descabellada, ¿Realmente, le estaba rogando?
Lo hacía, le suplicaba a una niña un poco de amor. De entre todos los escenarios posibles, Edward nunca se imaginó en semejante situación.
—Entonces —suspiró, evidentemente frustrado—, no puedo… no quiero conformarme, no lo acepto.
Ella se secó los ojos con su manga, de por sí ya húmeda y Edward aprovechó la instancia para correr a la habitación en busca de ropa seca y toallas para ambos.
—Ten —murmuró, viéndole la cicatriz que surcaba la parte alta de su mejilla.
—Siento mucho ser tan volátil.
Edward le sonrió y se inclinó un poco para besar con suavidad su frente.
—Está bien que lo seas, eres una niña aún.
Ella pensaba replicar, pero discutir la había agotado demasiado, por ahora sólo le apetecía disfrutar su compañía, y extender aquel momento si se podía… hasta el infinito.
—¿Puedo tocarte? —, como evasiva dejaba mucho que desear. De todas las formas de salir de un momento incómodo, esta era la peor y Bella lo comprendió demasiado tarde, pues las palabras ya habían salido de su boca.
En respuesta, los ojos de Edward se estrecharon, desde luego la pregunta estaba de más. Bella apoyó su cabeza contra la pared, mientras estiraba los brazos, tanto como podía, para alcanzar los hombros de él. Nerviosamente, presionó sus dedos por la piel humedecida que palpitaba bajo la ropa y mientras Edward se las arreglaba para no saltarle en encima, ella tomó la toalla que descansaba en el hombro de él y la dejó caer en el suelo, junto a la de ella.
—¿Qué haces?
Ella sonrió nerviosa
—Te estoy tocando, tonto.
Edward se inclinó más, hasta que su rostro quedó a la altura de ella, sus brazos, ambos, yacían apoyados sobre el muro, a escasos centímetros más arriba del rostro de Bella, quien parecía especialmente concentrada en palpar sus hombros… torso, ¿vientre?
Y eso fue todo lo que él pudo soportar.
Edward tomó la frágil muñeca de la castaña entre sus manos, luchando por no tomarla ahí mismo. No era la instancia para yacer juntos de forma primitiva y pasional, incluso cuando la idea lo tentase de forma dolorosa, no se trataba de él, sino de Bella.
Él quería hacerlo memorable.
Respiró contra su palma, mientras una gota descendía por su cuello, una que no tenía nada que ver con la lluvia que les había cubierto minutos atrás.
—No puedo esperar más —, le advirtió, pero en lugar de advertencia su frase supo a súplica. Prácticamente podía oír sus latidos, incluso los de Bella. El pecho de ella palpitaba embravecido, como si estuviese tratando de absorber el máximo oxígeno posible, probablemente eso hacía.
—No quiero que lo hagas.
Edward escuchó sus palabras, pero no se movió, no podía creerlas, no quería hacerlo. Habían trazado un largo camino de ensayo y error, uno turbulento y exento de moralejas, ¿habían aprendido acaso algo en cada caída? …Además de la falta de autocontrol que poseían.
—Puedes pedirme que me vaya —insistió— Puedes pedirme que me aleje…
—No lo harías.
El par de ojos verdes se clavó en su boca, en su cuello y luego más abajo, siendo rápidamente cubiertos por un velo entre deseo y sorpresa. Quería hacerlo, por supuesto, quería todo de ella. La curva de su labio se acentuó más, otorgándole una expresión casi siniestra, casi. No había nada de siniestro en desear ser tocado por quien amas.
—Tú me amas.
No debería sonar tan sorprendido, desde luego. Pero, la increíble verdad era que, ser amado por la persona que quieres no tenía un jodido precio. Envolvió a la castaña en sus brazos, antes de que ésta hubiese oportunidad de responder, y luego sin dejar pasar más el tiempo, se encaminó a su habitación.
Rápidamente, como si su ropa quemase, comenzó a quitarse la camisa, en cuanto la depositó en la cama, la falda escocesa quedó hecha un nudo, junto a las toallas y la gabardina de Edward. Atrajo el cuerpo de ella hasta la orilla de la cama, en donde él la esperaba de pie, listo para envolverle la estrecha cintura con sus brazos.
Y lo hizo, fiero y anhelante, se dedicó a degustar su piel con la punta de los dedos.
—Hace frío —, murmuró ella temblando.
—Curioso, apostaría a que hace poco estaba muriendo de calor.
Ella hizo un mohín con su boca y al ojiverde le provocó morderle los labios, también otras partes de su cuerpo, preferentemente zonas estratégicas que la incitasen a gritar su nombre.
La forma en que lamió su oído hizo difícil para la adolescente respirar, realmente nunca había significado algo fácil en la presencia de quien antaño llamó su padre adoptivo, pero justo ahora, parecía todo un logro respirar sin convertirlo en un jadeo.
—Te quiero.
Edward cerró los ojos brevemente, imaginando las facciones de su niña, mientras las manos de ésta le enmarcaban el rostro. Se sentía tan bien, tan correcto.
—Hay algo que necesito decirte —dijo— Y no te va a gustar.
—Entonces espera a que hagamos el amor, luego podrás dejarme si lo deseas.
Él abrió los ojos consternado, pero fue demasiado tarde para conseguir hacer algo. Bella ya le había rodeado el cuello con las manos y sus labios cubrían los suyos, sin intención de dejarlo escapar.
¡Al diablo con huir! ¿Quién diablos, quiere ser libre?
Lentamente, fueron cayendo ambos sobre la enorme cama y pronto todo lo que podían ver el uno del otro era piel; dulce y salada, temor y lágrimas entremezclados con sudor y placer.
Bajo su cuerpo, el rostro juvenil lucía increíblemente frágil en contraste con sus brazos reclinados a su alrededor. Edward se dijo a sí mismo que debería esperar más, que no había apuro; sin embargo, sus puños seguían tensos. Habían soportado tanto, ¿Qué más daba un poco más?
Ese era el problema: dudaba que tuviesen otra oportunidad como esta…
—¿Estás segura?
Ella vaciló, breve, tan sutil que los segundos en que sus ojos se empañaron coincidieron con el pestañeo de Edward.
—Quiero hacerlo —, añadió más inestable, la carne de su tripa latía insolente y los minutos parecían ir en retrospectiva.
«Podemos huir», le había instado Edward.
Sería tan fácil…
Pero ni por asomo correcto. No se trataba de obligarse a si mismo  estar con quien no amabas, sino a saber distinguir qué oportunidades son realmente las acertadas para tu futuro.
Mike era el de ella, podría decir que realmente se estaba enamorando de él. Edward por otra parte. Él ponía su mundo de cabezas.
—Si te arrepientes —, la voz de Edward se diluyó en una cálida brisa, tan opuesta al clima que imperaba a través de la pared.
—No lo haré —. Él frunció el ceño, no quedando ni por asomo convencido.
—Y si lo hicieras…
Bella se encogió de hombros, restándole importancia.
—De todas formas, siempre me arrepiento de banalidades.  Al menos, esta vez tendré la certeza de que valió la pena.
Si eso era una forma de darle ánimos, a Edward le pareció que era la peor.
—Bella, la cosa es…—alzó el rostro, cambiando el rostro juvenil por la madera del cabezal, una madera marrón, como la tierra y los bombones, como el cabello y los ojos de la chica que yacía bajo él. No fue una gran idea— No creo merecerlo
Pequeños dedos fríos, envolvieron su mano; un tímido apretón para quien todo lo quiere y todo entrega.
Trayéndolo de nuevo al mundo real, a su paraíso personal, con ella… sólo con ella.
—No se trata de si lo mereces o no. Yo quiero hacerlo, eso me basta… y debería bastarte a ti también —Él pestañeó aturdido, así que Bella sólo continuó.
—Quiero ser tuya Edward… —, los latidos en su pecho aumentaron, mientras esos cálidos ojos oscuros parecían tragarse su alma en el acto—. Pero también quiero que seas mío, aunque sea una vez…
Edward deslizó su mano bajo el ojo marrón, secando con ternura y auto odio, la lágrima que acababa de escapar. Su culpa, siempre sería su culpa. — Aunque sea la única vez en mi vida, déjame tenerte.
—Tú ya me tienes…—, masculló antes de tomar su boca con pasión descontrolada. Cubrió las cimas de sus pechos con ambas palmas, rozando los botones erectos por encima del brasier.
No necesitó preguntar, para quitarlo. Su cuerpo hablaba por sí solo.
Mío, la palabra transitó por su mente, como una ráfaga de fuego, tan letal que le asombró en sobremanera lo mucho que dolía.
¿Cómo podría seguir adelante, después de esto? Si cuando él la besaba, parecía que su espíritu se escapaba de su piel. Todo en ella, se libraba de las raíces que la ataban a la tierra, por muy profundas que éstas fueran.
Urgió a sus manos por obtener más de él, torpemente, instándolas a descender por esos hombros, tan amplios… tan hermosos. No importaba cuantas veces lo hubiera visto, Bella jamás se cansaría.
Situado estratégicamente sobre ella, encontró sus ojos, éstos lucían brillantes y bonitamente, más oscuros que lo habitual. Con una sonrisa en sus labios se fue inclinando gradualmente, su pecho rozando el de ella, los muslos, sus caderas, cada ápice de su piel parecía encontrar éxtasis en la miel de ella.
Continuó uniendo, primero sus manos, luego sus labios, lengua y bocas exudando alegría, sonriendo contra el otro, bendiciendo con su toque, hasta que todo lo que Bella pudo sentir era dicha y ansiedad. Sintió a su palma, grande y cuidadosa, deslizarse en dirección al sur, hasta acunar su intimidad.
—Iré despacio.
Bella cerró sus ojos, disfrutando del gesto, de su calor, su cercanía y un suspiro profundo le erizó la piel, su sorpresa fue mayor al comprender que no era suyo, sino los labios de él ocupando el sitio donde antes rondaban sus manos.
Edward quiso darle más, ansió darle todo: tiempo, familia, hijos… Felicidad, pero por ahora, sólo podía darle amor, y se encargaría de dárselo como nadie.
Y no tenían mucho tiempo.
Sus manos forcejearon con el boxer, eliminando de una jodida vez la última tela que limitaba su unión. Liberó su erección.
Bajo él, Bella se encontraba expectante. Lo cierto es que no era la primera vez que se encontraban en una situación así… Ni por asomo, y sin embargo, se sentía como si lo fuera. Esta vez lo harían bien, realmente quería que funcionase, que fuera suyo.
Necesitaba creerlo.
Y mientras la tentaba con su sexo, comenzó a besarla, lentamente, dulcemente, con intensidad. Los dedos de ella arañaron su espalda, su boca pareció absorber la de él.
Hambre, un hambre insoportable barrió con su cordura.
—Se que dijiste que irías despacio —masculló contra sus labios— Pero, no le tengo miedo al dolor.
Todo él estaba sobre ella, castigándola, matándola en vida, fastidiando su carne con la promesa de algo sublime, y sin embargo, se negaba a entrar.
—Edward, vamos…
Cuando la erección le rozó su intimidad sus piernas se apretaron contra él, estaba húmeda, más de lo que nunca había estado, tanto Edward como ella lo notaron.
Y además estaba abierta, oh, y tan abierta para él. Edward jadeó excitado, mientras su punta, brillante y dolorida, comenzaba a deslizarse por esa entrada resbaladiza. Curvó sus caderas, descendiendo aún más, para luego retirarse, empujó lentamente y volvió a retroceder, cada vez más profundo, cada vez menos difícil. Hasta que los nervios de ella poco a poco fueron aflojando.
—¿Estás bien?
Ella asintió, con sus ojitos brillantes y enrojecidos, todo en ella parecía gritar detente, y sin embargo, fueron sus propias manos las que lo se ciñeron a su cintura exigiendo más.
Y entonces sucedió, Edward la penetró de una vez, barriendo con su embestida todo atisbo de virginidad y acallando con sus labios algún indicio de duda.
—Lo siento —habló contra su boca— Perdóname.
Continuó besándola, mientras seguía quieto en su interior. No se movería, no mientras ella sintiera dolor.
—Shhh… —acunó su rostro con las manos, mientras él no dejaba de besarla. No era fácil hablar, no cuando él la besaba de esa forma, y sobre todo, cuando lo sentía tan voraz en su interior.
—No te detengas, es perfecto.
Y lo era, dejando a un lado el ardor, y la incomodidad que era realmente… incómoda, la penetración había sido total, ya no era virgen. Las mejillas le dolieron al sonreír, y supo que estaba roja.
—¿Qué te parece tan gracioso?
Bella apretó sus piernas, presionando las caderas de él, mientras con la suya iniciaba un vaivén instintivo.
—¿Qué haces? —ella volvió a sonreír, mientras intentaba conseguir más rose, mientras Edward… Joder, le estaba costando lo suyo no responder a su invite, pero si la llegaba a dañar aún más, no se lo perdonaría, y no es como si no la hubiera dañado bastante en el pasado.
—¿Voy a tener que hacerlo todo yo? Ya no soy virgen, podrías… No lo sé, echar a andar tus dotes o alguna cosa que hayas aprendido con los años.
Bien, algunas cosas realmente no necesitan pedirse dos veces, esta era una de esas.
Su centró se ciñó contra él, toda en ella apretándolo hasta el alma, porque había alma en aquel acto, por trivial y carnal que pareciese, más que sexo, que era bastante bueno, había unión.
Fueron uno.
Edward inició su embriagadora misión, con el corazón casi escapando por su boca. La penetró con fuerza, pero no siendo rudo, sino efectivo y por la forma en que gritó…
Bueno, no es como si él pudiera quejarse, oír su nombre siempre era bueno.
¿En forma de gemido? Era su misión en esta vida.
La excitación y aquel vaivén trastornado arrojó a ambos al borde del abismo.
La musical risita que soltó Bella después del orgasmo, fue lo que necesitó Edward para correrse, en su interior.
Y sólo entonces reparó en un horrible detalle.
No habían usado preservativo.

Abrió los ojos lentamente, temiendo despertar sola en su cama. Era ilógico, nunca antes le había sacudido tal temor, probablemente se debiera la paranoia, o quizás fuera algo mayor, real, como por ejemplo, que ya no tenía nada que darle a Edward… Al menos, nada que no hubiera tenido ya.
—¿Sabes cuál es la verdadera diferencia entre tener sexo y hacer el amor?—, murmuró él contra su pelo, mientras plantaba un largo beso sobre su cabeza.
Bien, este era el momento para sentirse culpable por juzgarle.
—No podría decirlo  —admitió avergonzada, decidiendo que felizmente, no tenía experiencias anteriores que la avalasen.
—¿Lo dices por qué no tienes un punto de comparación?
La castaña mordió su labio, su lengua, y si hubiese podido, incluso sus uñas.
—Hasta ahora, sólo sé que he hecho el amor —reconoció en voz baja, agradeciendo que él no pudiera ver su rostro. Sin embargo, Edward puso remedio a la situación al instante, inclinando su cabeza todavía más y besando otra vez la carne ligeramente más oscura que el resto de su piel.
—Yo también —sopló contra su piel— Y eso Bella, es lo que hace la diferencia…
—Mmmm…
—El sexo puede ser bueno, incluso memorable —lo último lo dio en voz baja, con el cargo de conciencia a flor de piel— Pero, cuando haces el amor, cada segundo, cada respiro, ya no es por uno… No buscas la satisfacción personal. Sino complacer al otro.
Ella volteó el rostro, sólo un poco, pero fue lo suficiente para que su nariz rozara la de él.
—La diferencia es que te cambia… Deja marcas, y después de esto…— puntualizó, volviendo a besar su pecho, dando énfasis a su punto. Desde luego, la respiración de ella perdió el control.
—No puedes pedirme que me aleje... Huye conmigo.
Huyamos, por favor, sé que pido demasiado, sé que está mal…
Pero, no puedo continuar de esta forma… No puedo amarte fingiendo que no quiero tener más.

Molesta, intranquila y avergonzada...
Tanya no dejaba de mirar la hora en su teléfono. Hubiera dado todo porque Edward la llamara, hubiese hecho cualquier cosa para excusarse y decir no…
Para declinar la invitación, de otro modo no estaría en un restaurant con su desgarradoramente apuesto ex novio y su pequeño hijo de dos años.
En su defensa, tenía que decir que jamás esperó encontrárselo. Había bajado hasta el estacionamiento, esperando encontrarse a Alice e ir juntas a comer, pero un rostro familiar se había bajado del auto colindante al suyo. ¡Y vaya sorpresa, al ver que el edificio contiguo era la empresa de Kev!
¿Casada? —, Instantáneamente, llevó la mano hasta su anillo, no sabiendo bien si lo estaba acariciando o escondiendo. Al menos para él, no pasó desapercibido, quien con una mueca en los labios le confesó:
Es una lástima.
Tanya quiso negarlo, realmente quiso hacerlo, pero el pequeño sentado junto a rubio era todo lo que parecía captar su atención, además del padre de éste, por supuesto.